1/4/08

La Torre Nueva (Zaragoza)

Me parece que fue el anochecer del 18 cuando avistamos a Zaragoza. Entrando por la puerta de Sancho, oímos que daban las diez en el reloj de la Torre Nueva. (...)

Aplazamos para el día siguiente el buscar amigos y, como no podíamos alojarnos en una posada, discurrimos por la ciudad buscando un abrigo donde pasar la noche. Los portales del Mercado no nos parecían tener las comodidades y el sosiego que nuestros cuerpos exigían. Visitamos la torre inclinada y, aunque alguno de mis compañeros propuso que nos guareciéramos al amor de su zócalo, yo opiné que allí estábamos como en campo raso. Sirvionos, sin embargo, de descanso aquel lugar, y también de refectorio para nuestra cena de pan seco, la cual despachamos alegremente mirando de rato en rato la mole amenazadora, cuya desviación la asemeja a un gigante que se inclina para mirar quién anda a sus pies. A la claridad de la luna, aquel centinela de ladrillo proyecta sobre el cielo su enjuta figura, que no puede tenerse derecha. Corren las nubes por encima de su aguja, y el espectador que mira desde abajo se estremece de espanto, creyendo que las nubes están quietas y que la torre se le viene encima. Esta absurda fábrica bajo cuyos pies ha cedido el suelo, cansado de soportarla, parece que se está siempre cayendo, y nunca acaba de caer.

Recorrimos luego el coso, desde la casa de los Gigantes hasta el Seminario; nos metimos por la calle Quemada y la del Rincón, ambas llenas de ruinas, hasta la plazuela de San Miguel; y de allí, pasando de callejón en callejón y atravesando al azar angostas e irregulares vías, nos encontramos junto a las ruinas del monasterio de Santa Engracia, volado por los franceses al levantar el primer sitio.


Episodios Nacionales (Zaragoza) – Benito Pérez Galdós

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