6/5/08

Una mirada europea sobre Río de Janeiro

“Río de Janeiro es mordida por su bahía hasta el corazón; se desembarca en pleno centro, como si la otra mitad, nueva Ys, ya hubiera sido devorada por las olas. Y en cierto sentido es verdad, ya que la primera ciudad _un fuerte_ se encontraba en ese islote rocoso recién bordeado por el barco y que lleva aún el nombre de su fundador: Villegaigon.”


“El primer contacto con Río de Janeiro fue diferente. Heme aquí, por primera vez en mi vida, del otro lado del Ecuador, bajo los trópicos, en el Nuevo Mundo. ¿Cuál es el signo supremo que me hará reconocer esta triple mutación? ¿Cuál es la voz que me dará testimonio de ello? ¿Qué nota jamás escuchada resonará primero en mi oído? Lo primero que noto es algo fútil: estoy en un salón.
Vestido más livianamente que de costumbre y hollando los meandros ondulados de un revestimiento en mosaico blanco y negro, advierto un ambiente particular en esas calles estrechas y umbrosas que cortan la venida principal; el paso de las moradas a la calzada es menos marcado que en Europa; los comercios, a pesar del lujo de sus fachadas, prolongan la exhibición hasta la calle; casi no se presta atención al hecho de estar dentro o fuera. En verdad, la calle no es tan sólo un lugar por donde se pasa, es un lugar donde uno se queda; viva y apacible al mismo tiempo, más animada y mejor protegida que las nuestras; vuelvo a encontrar el término de comparación que ella me inspira. Pues por el momento, los cambios de hemisferio, de continente y de clima casi no han hecho otra cosa que volver superflua la delgada capa vítrea que en Europa establece artificiosamente condiciones idénticas; en primer lugar, Río de Janeiro parece reconstituir al aire libre las Gallerie de Milán, la Galerij de Ámsterdam, el pasaje de los Panoramas o el hall de la gare Saint-Lazare.”

Texto del libro Trister trópicos de Claude Lévi-Strauss

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