1/4/08

Nuestra Señora de París, Victor Hugo.

Lo que aquel 6 de enero animaba de tal forma al pueblo de Pa­rís, como dice el cronista Jehan de Troyes, era la coincidencia de la doble celebración, ya de tiempos inmemoriales, del día de Re­yes y la fiesta de los locos.

Ese día había de encenderse una gran hoguera en la plaza de Grévez, plantar el mayo en el cementerio de la capilla de Braque y representar un misterio en el palacio de justicia. La víspera, al son de trompetas y tambores, criados del pre­boste de París, ataviados de hermosas sobrevestas de camelote violeta, y con grandes cruces blancas bordadas en el pecho, ha­bían ya hecho el pregón por las plazas y calles de la villa y una gran muchedumbre de burgueses y de burguesas acudía de todas partes, desde horas bien tempranas, hacia alguno de estos tres lu­gares mencionados, escogiendo según sus gustos la fogata, el mayo o la representación del misterio. Conviene precisar, como elogio al tradicional buen juicio de los curiosos de París, que la mayoría de la gente tomaba partido por la hoguera, lo que era muy propio dada la época del año o por el misterio que por ser representado en la gran sala del palacio, cubierta y bien cerrada, se encontraba al abrigo y que la mayor parte dejaba de lado al pobre «mayo» mal florido, temblando de frío y solito bajo el cielo de enero en el cementerio de la capilla de Braque.

Nuestra Señora de París, Victor Hugo

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